Apostilla 5: El arte de la memoria.
Es poco lo que puedo añadir a esta colaboración. Ambas, la del 6 y la del 13 de noviembre de 2008, tienen una esencia y origen comunes. En el mismo sitio web era posible encontrar los trabajos mayores de ambos escritores: Bruno y Trithemio se hallaban a un par de clics de distancia.
Vanidad aparte, considero esta una de las colaboraciones más logradas que podrán encontrarse en este proyecto. Lo digo como autor que mira de frente –y sesgadamente también- a su obra, así que mi valoración bien pudiera no ser lo suficientemente objetiva como para tener alguna validez.
Sólo agregaré que a este gusto por el tema de la memoria considerada como un arte ayudaron Octavio Paz y Umberto Eco.
Tuve la suerte de leer simultáneamente a uno y otro en algunas de sus obras mayores, Sor Juana Inés del a Cruz o Las trampas de la fé, y El péndulo de Foucault y El nombre de la rosa, por decir algo.
Alguna vez, algún conocido de esa red de redes –con quien he perdido contacto y de quien ya no recuerdo ni el nombre ni el ‘nick’- me dijo que tenía yo ‘un alma vieja’.
No lo creo. Me gustaría más que se me considerara como poseedor de ‘un alma curiosa’. La vejez, cuando es gratuita, nada proporciona sino solamente los achaques y el decaimiento de las facultades naturales.
La curiosidad, esa es otra cosa. Y cuando se hace acompañar de la memoria, entonces sí, el alma baila su danza frenética aprovechando la chispa que posee y que le ha sido dada inmerecidamente por el Supremo Creador.
Francisco Arriaga.
México, Frontera Norte.
17 de octubre de 2018.
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