Apostilla 1: Libres libros de a libra.
En la región sur de Zacatecas, hay un dicho hasta cierto punto enigmático que reza: ‘lo que se dice no se hace’.
Traducirlo cabalmente a un español más ‘neutro’ requerirá algunas palabras más. Aunque bien vale el intento:
‘Lo que se comenta –antes de hacerse- no llegará a bien lograrse –realizarse- ‘.
Quienes están familiarizado con el mundillo de escribanos, escritores, editores y demás, sabrán de las supersticiones que están tan extendidas entre sus agremiados. Una de ellas, la de jamás mencionar ni una coma ni una frase de alguna obra en la que se esté trabajando.
Al parecer, ignorar esta superstición ha causado algunos de los fracasos más estrepitosos a la vez que atenerse a ella ha conseguido varios laureles que han valido la consagración de varios autores.
Hoy, diez años después, creo que esta fue la razón por la que Simitrio Quezada se atrevió a incluirme así, de buenas a primeras, en ese proyecto que tantas satisfacciones nos diera a ambos: el Reloj de arena.
He mencionado en una entrada del treinta de octubre del dos mil ocho el singular proceso que dio por resultado la publicación del primer libro liberado. Aunque hubo premura y estuvimos jugando contra reloj, parece que no nos fue del todo mal.
Principalmente a esa columna que devendría en sección semifija, afianzándose en unos pocos meses y superando un año de publicaciones casi ininterrumpidas.
Sé que en ese momento no era posible ponerme al tanto de los alcances de la empresa. De conocerlos quizá hubiese dicho, simple y llanamente: ‘no’.
Jamás antes de esa primera publicación había sido sometido a las exigencias de una escritura ‘por entregas’, atendiendo tiempos y extensiones, revisando y releyendo antes de enviar por vía electrónica. Lo que comenzó como un ejercicio sistemático para echar a correr la tinta y deslizar la pluma, se convirtió en un hábito al que debo algunas satisfacciones muy personales que, como tales, las dejo sólo para mí.
Y como una empresa nacida al amparo de la tecnología y la comunicación y colaboración a distancia, también deberé decir que me persigue, diez años después, cierta desazón que a pesar de los pesares, incluso pensando en Borges que se vanagloriaba de no tener ejemplares de sus propias obras entre los libros que más atesoraba, me sigue siendo un tanto doloroso.
No he visto a uno solo de esos hijos en su forma impresa; diez años tienen ya y al parecer nunca podré tener un solo ejemplar ni del Reloj ni de los Libres Libros en las manos.
Pudiera ser que ese fue el precio a pagar, la cuota debida a los dioses para que ese proyecto diese frutos. Renunciar a la forma impresa para dejar sólo el texto, la plantilla electrónica que sería enviada a la plancha e impresa a todo color.
Pudieran ser tantas cosas, pero lo único seguro es una certeza doble: puse a prueba mis pobres dotes de escritor, y este proyecto le debe a Simitrio Quezada no sólo la vida, sino la justificación y el tono.
¡Gracias, Maestro!
Apostilla 1 - Libres Libros de a Libra by Francisco Arriaga on Scribd
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