Última advertencia.
La obra poética
de Simitrio Quezada se nutre directamente de la lírica grecorromana y de los
poetas más osados y atrevidos del Siglo Veinte. Por ello, no es fortuito que Raída que fuiste nube sea un poema
difícil -visceral en su intelectualidad meticulosa-, que exige la atención
total del lector y el análisis microscópico de una segunda lectura.
El principio y
el final confluyen en el mítico escarabajo sacrificado y asfixiado, que vincula
en una sola acción la narrativa de Poe y el Libro de los muertos, el ritual
funerario hierático y la cotidiana degradación del cementerio. Es en este
vaivén que el poema, desgarrada confesión de una derrota resignada, funge como hommage y epitafio a la vez. Las correspondencias de Sor Juana, la Gran escala de los seres isabelina y la
Tradición Hermética se actualizan en el balcón deslucido, ante la mirada
impotente de los amantes que se saben separados por la piel y muy a su pesar,
unidos en la memoria etérea y sensible del tomillo, del ají y del comino.
Mercenarios de
la tierra que ya sólo ofrece amargura en sus frutos y saqueado hasta el último
recoveco de la memoria y la nostalgia, sólo queda la palabra, un susurro cuyo devaneo
entre el símbolo y la sentencia es incapaz de mantener firmes las amarras de
los puentes, y termina cediendo ante el silencio y la sombra.
El recuerdo está
hecho de eso: silencio y sombra. Poco importa si la memoria de las voces
irrepetibles -perdidas y ahogadas en las arenas del reloj- nos llega en la
forma de una letra, del grabado en una losa o en el gesto de la estatua que
jamás volveremos a ver: la palabra yace cautiva del tiempo y nuestra visión es
una visión de lo fugitivo, del presente arrancado a pedazos y devorado por un
pasado siempre hambriento y del amor hecho girones por la sistemática
transgresión de todos los límites.
Curiosamente, este
respeto por la tradición y el uso de vocablos unívocos y ceñidos a situaciones
perfectamente delineadas permite a Simitrio Quezada revindicar el sentido
último de la Historia, entendida como testimonio que sobrepasa el mero trazo
académico y cristaliza en la metáfora viva y ágil, vuelta escritura de
caligrafía exquisita.
Es por ello que
el cronista más aplicado es capaz de profetizar al escribir de aquello que yace
bajo los sedimentos de la historia. Los amantes saben que después del beso y la
caricia sólo queda el dolor de la separación, que después del lecho y las
almohadas sólo hay una sepultura y una lápida. Relatar las dichas pretéritas es
también justificar la abrupta interrupción del sueño y el regreso a una vigilia
henchida de ausencias y reproches.
Pueden
exorcizarse todos los demonios, pero jamás podrá exorcizarse la muerte.
Esta profecía limpísima
no agota el resto de las profecías y advertencias taciturnas que asoman a lo
largo del poema: todos los besos y los abrazos, las caricias maternas y las
bendiciones paternas, todas las miradas cautivantes y cautivas han sido dadas
ya.
Después de ceder
sin oponer resistencia alguna a la desilusión de la memoria que no logra
preservar la esencia del amor, sino únicamente la forma etérea de un rostro que
ha sido para nosotros la suma y la superación de todos los rostros, sólo queda
el último dictamen, la última advertencia:
“…ya nada será
como lo sueñas”.
Francisco Arriaga
México, Frontera Norte.
23 febrero 2015
Comentarios
Revisé mi colección de clásica en modo de jazz e hice una compilación postmoderna que espero disfrutes.
https://docs.google.com/document/d/1uIi7aYFaHUv9fpXIhOZCEEDsiVNU1mSU9_oEKoELaSU/edit?usp=sharing
https://mega.nz/#!yYVTQA5K!gdvAdLfIrLNmgbhs69zz3o-RqHbhqQpLovHLHY38CGw
Muchos saludos y un abrazo. Jaben.