Una Enciclopedia del siglo XII
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La época histórica comúnmente denominada ‘Ilustración’ encierra bajo ese nombre una serie de ideas, pensamientos, proyectos y obras que fueron decisivos en el desarrollo cultural e intelectual no sólo de Francia, sino del mundo entero. El humanismo o la filantropía fraguó en aquella Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, y la parte teórica dio por resultado una obra que modificó rotundamente la estructura del conocimiento humano: la Enciclopedia.
Dicha obra, de corte netamente secular, se fundamenta en una visión laica del conocimiento, arrancándolo definitivamente de los imperativos impuestos por la religión cristiana -y sus distintos credos-, y erigiendo a La Razón como nueva diosa en un mundo que se soñaba a punto de alcanzar la perfección.
Y aunque la Enciclopedia constituye uno de los principales símbolos de la edad moderna y contemporánea, sus características más generales y esenciales ya fueron anheladas y buscadas en épocas tan lejanas como el siglo doce. Específicamente, en el año 1165.
Enciclopedias y Summas
Aunque existen diferentes obras de proporciones monumentales -como la Summa Theologica de Tomás de Aquino que encierra todo el saber teológico escolástico y discurre sobre la creación del mundo y el sentido de la vida del hombre-, la diferencia entre una Enciclopedia y una Summa radica en sus intenciones respectivas.
La Summa busca abarcar todo lo abarcable de una materia determinada y su afán totalizador sólo tiene validez dentro de un dominio específico dentro del cual ningún aspecto por nimio o insignificante que pudiera parecer, queda intacto. Por ello no es extraño encontrar en la Summa referencia a las esencias angélicas, o disertaciones sobre el tiempo, o sobre lo que será la segunda llegada del Cristo, todo ello dentro de una concepción teológica cristiana.
En cambio, la Enciclopedia pretende fijar los conocimientos más esenciales y generales de todo el saber humano, brindando definiciones racionales y guiadas por una lógica intachable, que permitan deducir a su vez las diferentes situaciones inclusivas y exclusivas de cualquier materia tratada. Por ello la Enciclopedia se erige como representante de la razón humana que se vale de este medio para alcanzar un dominio y comprensión del universo semejante a la de un abstracto Creador del mundo. Es decir: si realmente existe un Creador que ha fabricado el mundo en el cual vive el hombre, el papel que corresponde al hombre es el de ordenar dicho mundo, entenderlo y hasta cierto punto usufructuarlo -o administrarlo si se quiere-.
El anónimo compilador de esa temprana enciclopedia no se proponía encontrar las razones últimas o primeros principios de los fenómenos físicos del mundo –daba por sentado la existencia de un Primer Motor Inmóvil- sino que sólo buscaba organizar de una manera sistemática el caudal de conocimientos necesarios para interactuar adecuadamente con un mundo organizado, cuyo orden y principios eran indudables e intachables: habían sido dictados y determinados por Dios.
El documento
Se trata de un manuscrito catalogado con el número 1097 en la Biblioteca Municipal de Trèves, descrito a continuación: ‘F° 1-75: Honorius Augustodunensis presbyter Clavis seu Apex Physicae. Rubrum. Honorius Augustodunensis Ecclesiae presbyter et Scholasticus, vir omnium scripturarum studiosissimus.’ Esto se traduce como sigue: ‘Folios 1 – 75: La Clave o la Cumbre de la Física del Presbítero Honorio Augustodunense. Rubro: Honorio Augustodunense presbítero de la Iglesia y escolástico, varón estudiosísimo de todas las materias’.
La primera noticia contemporánea sobre este manuscrito, resguardado en el secreto del olvido, se debió a Heinrich Schipperges quien creyó encontrar un manuscrito inédito perteneciente a dicha obra, en 1958, que aún permanecía inédita. Algún tiempo después apareció una primera edición del manuscrito, publicado con el título de ‘Honorius Augustodunensis, Clavis Physicae’, en la serie Storia e litteratura, Temi e testi 21, Roma, 1974, revisada por Paolo Lucentini.
En ese mismo tiempo un estudioso canadiense, R. D. Crouse buscaba material para sus estudios relacionados con la Clavis Physicae, y al recibir los microfilms del manuscrito se llevó una agradable sorpresa: era una enciclopedia del siglo XII, que al parecer había sido ignorada por los estudiosos e investigadores anteriores. No obstante, un hecho llamó su atención, y fue que aunque el título atribuía el trabajo a Honorio, los folios encuadernados no mencionaban a Honorio ni a alguna de sus obras: se argumentó que dicho manuscrito había sido formado en el siglo XIV, y las obras ‘Imago mundi’ y ‘De libero arbitrio’, ambas escritas por Honorio, hacían las veces de introducción al libro mas eran independientes del corpus. La fecha escrita era un error evidente del copista, y una copia del manuscrito resguardada en Londres que había sido hecha pública en el siglo trece, posteriormente se dató como perteneciente al siglo XII, permitiendo establecer que el manuscrito de Trèves también fue redactado en el siglo XII.
Ambos manuscritos proceden de la misma abadía, y fueron escritos por un monje alemán experimentado; la puntuación y los adornos son comunes a la escritura de ese tiempo -aunque no incluyen adornos caligráficos góticos-, y el estilo plagado de abreviaciones escolásticas permiten conjeturar que el escriba era de edad avanzada y su etapa de aprendizaje había quedado considerablemente lejos.
Otra copia del manuscrito, ligeramente tardía, se conserva en el Vaticano, mas los tres presentan el mismo orden y se encuentran en el mismo estado.
Marie-Odile Garrigues publicó un artículo titulado ‘L’Apex Physicae. Une encyclopédie du XIIe siècle’, que apareció en las ‘Mélanges de l’Ecole française de Rome. Moyen-Age, Temps modernes, Année 1975, Volume 87, Numéro 1, pp. 303-337’. En su artículo explicita 14 manuscritos diferentes que guardan relación directa con el Apex, y manifiesta la imposibilidad de que dicha obra pueda ser atribuida a un solo autor. Entre los posibles autores consultados para su redacción destaca a Burgundio de Pisa, el Master Hugo, Gillaume d’Hirsau, Honorius, Alcantarus, Johanisius, y Nemesius d’Emèse.
Marie-Odile también apunta un detalle por demás extraño: aún cuando el manuscrito de Londres y el de Trèves pueden ser tomados como base de otras copias y contienen los mismos términos y el mismo estilo, los distintos ejemplares y las demás copias no son intercambiables.
Ejemplifica, sólo para dar una idea, el caso del ‘Incipit’ [Así inicia, o Comienza]: en el ejemplar de Paris se lee ‘Gratia Deo primo sine principio, ultimo sine fine, qui fuit ante Omnia et erit post Omnia, eternus. Nemo sua consideratione qualitatem huius persequitur…’. En el manuscrito de Londres se escribió: ‘Gloria Deo principio sine principio, fini sine fine qui fuit ante Omnia et erit post Omnia, eternus ad cuius qualitatis considerationem humanus sensus non pertingit’. Y más aún, en el manuscrito de Florencia tenemos: ‘Gloria Deo principio et fini, eterno. Numquam in eius qualitatis consideratione humana investigatio non succumbit…’ Todas estas formas poseen el mismo significado [Gloria a Dios principio y fin, Que existe antes de todo y existirá después de todo, Cuyos atributos escapan al conocimiento humano…], y manifiestan una independencia de estilo, sintaxis y gramática más acordes con los trabajos de los enciclopedistas de la Ilustración que con las tareas arduas y monótonas de los copistas conventuales.
Un admirable escritor anónimo
Garrigues anota con melancolía y tristeza que es imposible determinar quién fue el escritor de dicha obra. Tal melancolía se debe al perfil extraordinario de ese temprano enciclopedista: ‘El autor del Apex Physicae era un cristiano occidental que utilizó las fuentes árabes conocidas por las traducciones de Toledo, y empleó las fuentes griegas al uso en Constantinopla, Palermo, y en la Escuela de Salerno aunque parece no ser él mismo versado ni en árabe ni en griego, y que no ignoró la antigua tradición católica –Agustín, Ambrosio, Gregorio, Isidoro- ni la reciente –Guillaume de Conches, Honorius y a través de este, Juan Escoto Erígena-, escribiendo después de 1162. Podemos suponer que se trató de un europeo de la región centro-norte –renano, francés o inglés-, puede conjeturarse que se trató de un clérigo quien vivía en la proximidad de una moderna y viva biblioteca más que ser él mismo un gran –y pudiente- coleccionista de libros: esto nos lleva a pensar que él viajó, y que si no se trataba de alguien dado a la enseñanza, por lo menos contaba con la lucidez y eficacia de la pedagogía en la transmisión del saber.’
Este anónimo escritor del siglo XII merece por derecho propio el título que llenaría de orgullo a los hombres más ilustres de la Ilustración francesa: Enciclopedista, y su obra es una temprana Enciclopedia digna de nuestra admiración.
Ad notanda
Aún cuando suele reconocerse a la Enciclopedia organizada por colaboradores tan renombrados como Didedot, D’Alembert y Voltaire como la primera enciclopedia del mundo moderno, esto no significa que no hayan habido intentos similares a ella, algunos de los cuales la antecedieron en varios siglos.
Una obra que bien puede considerarse como la primera enciclopedia es la de Plinio el Viejo conocida como ‘Historia natural’, escrita muy probablemente entre el año 77 y el 79 de nuestra era. Consta de 37 libros, cuya estructura general es la siguiente:
Tomo I, Prefacio, tablas de contenidos y una lista de autoridades; II, Matemáticas y descripción del mundo físico; III - VI, Geografía y etnografía; VII - XI, Zoología; XII - XXVII, Botánica, agricultura, horticultura y farmacología botánica; XXVIII – XXXII, Farmacología general; XXXIII - XXXVII Minería, mineralogía, manipulación del oro, de la plata, fabricación de estatuas en bronce, pintura, modelado, escultura en mármol, y tallado de gemas y piedras preciosas.
Y también la obra de Isidoro de Sevilla [c. 560 - 636] llamada ‘Etimologías’ mostraba ya un orden muy acorde a las modernas enciclopedias: constaba de 20 libros los cuales incluían el total de 448 capítulos, y tan sólo entre los años 1470 y 1530 fue impresa en por lo menos 10 ediciones distintas.
No obstante, el término de ‘Enciclopedia’ aparecería hasta el siglo XVI, disputándose tres obras el honor de ser la primera con este nombre. Según lo que la Gran Enciclopedia Rialp en su edición de 1991 explicita en su entrada sobre la Enciclopedia, tenemos que ‘Jacobus Philomusus en su Margarita philosophica encyclopaediam exhibens (Estrasburgo 1508) utiliza la palabra enciclopedia como sinónimo de artes liberales. Parece ser, según los ingleses, que el primero que utilizó la voz enciclopedia, en la Edad Moderna, fue Thomas Elyot en The Governour (1531). Este autor define la enciclopedia diciendo que comprende todas las ciencias y estudios liberales. El humanista croata Paulus Scalichius de Lika o Pablo Skalic publicó en Basilea (1559) una colección heterogénea de ensayos titulada Encyclopaedia seu orbis disciplinarum tam sacrum quam profanum epistemon.’
Los primeros enciclopedistas buscaban no sólo la conservación del conocimiento humano, sino la transmisión de dicho conocimiento en una forma estructurada a todos los hombres, sin tomar en cuenta estatus social, lugar de residencia, e incluso lengua, ideología política o credo religioso.
La Razón que tanto ensalzaran los hombres de la Ilustración tiene en la Enciclopedia una hija digna, magnánima y eminentemente humana.
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