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24 diciembre 2009-07 enero 2010

Darwin : Autobiografía

Los apuntes autobiográficos que Darwin escribiera a lo largo de su vida no fueron destinados al público, sino a su familia. Algunas ediciones incluyen las observaciones de su hijo Francis Darwin –reconocido como botanista-, quien consideró conveniente suprimir algunos episodios y hacer correcciones donde los errores debidos a la pluma eran evidentes.
Con todo, la versión que comúnmente aparece publicada y editada tiene un título que sólo pudo haber sido ideado por un hombre de ciencia: ‘Recollections of the Development of my Mind and Character’ [Memorias de desarrollo de mi pensamiento y mi carácter]. Documento ameno y esclarecedor, la Autobiografía de Darwin se erige como una de las creaciones más originales y elevadas de dicho género.

Diversión, trabajo y libros
Darwin apuntó que la idea del esbozo autobiográfico no surgió de la iniciativa propia, sino como petición de cierto ‘editor alemán’ del cual no menciona el nombre. La sola idea pareció divertida al científico, quien inmediatamente advirtió el interés que podrían tener dichos apuntes para sus hijos y los hijos de sus hijos. La exigencia del editor ‘anónimo’ era que dichas notas versaran directamente sobre el pensamiento y carácter de Darwin, enfatizando el desarrollo de ambos en el transcurso de su vida.
Percibiendo el riesgo de la subjetividad en algo tan difícil como la autobiografía, el científico emprendió la tarea '... as if I were a dead man in another world looking back at my own life. Nor have I found this difficult, for life is nearly over with me. I have taken no pains about my style of writing.' La traducción de Aarón Cohen revisada por María Teresa de la Torre redacta en español como sigue: ‘[He intentado componer el relato de mí mismo que viene a continuación] como si hubiera muerto y estuviera mirando mi vida desde otro mundo. Tampoco me ha resultado difícil ya que mi vida casi se acaba. No me he tomado ninguna molestia en cuidar mi estilo literario.’
La sinceridad con la que escribe Darwin es aséptica, el tono de confidencia no admite juicios fáciles, sus notas autobiográficas son también otro más de sus trabajos e investigaciones, y el ‘estilo literario’ que no cuida al elaborarlas, es el mismo que podemos encontrar en sus obras mayores y más reconocidas.


Juegos peligrosos
Emitir un juicio sobre la validez de las notas autobiográficas de Darwin no es tarea fácil, primeramente porque están pensadas para ser leídas por la familia y en segundo lugar, porque al confesar algunos episodios de su niñez evidencia ya ciertos comportamientos que bien podrían poner en entredicho sus investigaciones posteriores, aunque se encontrasen basadas en hechos científicos irrefutables.
De los juegos de infancia rescata algunos que al lector actual obligan a cuestionarse sobre si no sería Darwin ya desde una edad temprana alguien que buscaba el reconocimiento público a cualquier costa. Escribe:
‘También puedo confesar aquí que cuando pequeño era muy dado a inventar historias falsas, y lo hacía siempre para causar admiración. Por ejemplo, en una ocasión cogí de los árboles de mi padre mucha fruta de gran valor y la escondí en los arbustos; después corrí hasta quedar sin aliento para propagar la noticia de que había encontrado un montón de fruta robada’ [I may here also confess that as a little boy I was much given to inventing deliberate falsehoods, and this was always done for the sake of causing excitement. For instance, I once gathered much valuable fruit from my Father's trees and hid them in the shrubbery, and then ran in breathless haste to spread the news that I had discovered a hoard of stolen fruit.]
La reflexión sobre las cualidades de los hombres y el peso que tuvo la educación y compañías de la infancia sobre su propio carácter y virtudes son oportunidades que aprovecha para insertar sus observaciones, espontáneas e inequívocas, que poco lugar dejan a la excusa o justificación. Escribiendo sobre una virtud específica, la compasión, reconoce el papel decisivo del ejemplo que recibiera de sus hermanas: “Puedo decir en mi favor que era un muchacho compasivo, si bien esto lo debía por completo a la instrucción y ejemplo de mis hermanas. En efecto, dudo que la humanidad sea una cualidad natural o innata.’
Será algunos años después, en la adolescencia, donde Charles entrevé la causa que le llevaría a tomar la decisión de embarcarse años más tarde: se debería a la lectura de un libro, ‘Wonders of the World’ [Maravillas del mundo], que ‘leía con frecuencia, y discutíamos con otros muchachos sobre la veracidad de algunos relatos; creo que este libro me inspiró el deseo de viajar por países remotos que se cumplió finalmente con el viaje del Beagle.’


La nariz de Darwin
El viaje en el Beagle tuvo lugar, según las notas de Darwin, del 27 de diciembre de 1831 al 2 de octubre de 1836. Fitz-Roy, el capitán, comentó a Henslow, el amigo y protector de Darwin que buscaba un joven voluntario a quien cedería parte de su camarote, quien viajaría como naturalista, aunque sin recibir paga alguna.
Darwin comentó inmediatamente a su padre la intención de aceptar la oferta, y la respuesta que recibió fue decisiva: ‘Si puedes encontrar una persona con sentido común que te aconseje ir, te daré mi consentimiento’.
Darwin echó mano de los recursos que tenía, y acudió a un tío suyo, a quien su padre consideraba una de las personas más inteligentes del mundo. El tío acompaña a Darwin y en un santiamén logra arrancarle el consentimiento.
Con todo, Darwin se da tiempo para hacernos una confesión extraña y no falta de humor, estuvo a punto de no ser admitido como naturalista a causa de la forma de su nariz:
“Al día siguiente salí para Cambridge, para ver a Henslow y de allí a Londres a entrevistarme con Fitz-Roy, y todo se arregló pronto. Más tarde, cuando ya había intimado mucho con Fitz-Roy, me dijo que había estado a punto de no ser aceptado ¡a causa de la forma de mi nariz! Él era un discípulo apasionado de Lavater y estaba convencido de que podía juzgar el carácter de un hombre por la configuración de sus facciones; y dudaba de que una persona con una nariz como la mía tuviera la energía y decisión suficientes para hacer la travesía. Pero creo que posteriormente se alegró de que mi nariz hubiera mentido.’

Correcciones, supresiones y adiciones
Actualmente, las ‘Recollections’ de Darwin cuentan con 2 ediciones principales. La anotada y expurgada por Francis Darwin y la editada y ‘restaurada’ por Nora Barlow, nieta del científico, en 1958.
La versión de Francis Darwin dejó fuera los pasajes donde Charles criticaba al cristianismo, y también los párrafos donde hablaba de temas tan espinosos como su visión personal de Dios. Esta primera versión, basada en lo que Darwin escribiera entre el 28 de mayo y el 3 de agosto de 1876 fue la que se dio a la imprenta como parte de ‘The life and letters of Charles Darwin: Including an Autobiographical Chapter’, publicada en Londres por John Murray, el año de 1887.
Sería más tarde, con ocasión de los cien años de la aparición de ‘El Origen de las Especies’ que su nieta se encargaría de tomar las Recollections, incluyendo los pasajes previamente omitidos, cuidando la edición y anotando nuevamente dicha obra, a la que incluyó también un Apéndice.
La primera versión es la que ha conocido una vida editorial más activa, frecuentemente aparece en distintas versiones, encuadernados y acomodos, y es precisamente por el tino que tuvo su hijo Francis al dejar fuera los pasajes más radicales del eminente científico que la imagen que se forma el lector sobre Darwin queda muy lejos de la figura árida del académico encerrado en su mundo, analizando y buscando razones y fundamentos de los fenómenos que estudió con ahínco, perpetuada en las fotografías donde su mirada y porte se asemejan más a la de un puritano, que a la del hombre que fue capaz de hurgar en lo más profundo de su historia, encontrando virtudes y también confesando sus más humanos, y comprensibles defectos.

Ad notanda: Darwin y la Estética

He dicho que en un aspecto mi mente ha cambiado durante los últimos veinte o treinta años. Hasta la edad de treinta, o algo más, muchos tipos de poesía, tales como las obras de Milton, Gray, Byron, Wordsworth, Coleridge y Shelley me procuraban un gran placer, e incluso cuando colegial me deleitaba intensamente con la lectura de Shakespeare, especialmente en las obras históricas. También he dicho que antaño la pintura me gustaba bastante, y la música muchísimo. Pero desde hace muchos años no tengo paciencia para leer una línea de poesía; poco tiempo atrás he intentado leer a Shakespeare y lo he encontrado tan intolerablemente pesado que me dio náuseas. También he perdido prácticamente mi afición por la pintura o la música. Por lo general, la música, en lugar de distraerme, me hace pensar demasiado activamente en aquello en lo que he estado trabajando. Conservo un cierto gusto por los bellos paisajes, pero no me causan el exquisito deleite de antaño. Por otra parte, durante años, las novelas, que son obras de la imaginación aunque de no muy alta categoría, han sido para mí un maravilloso descanso y placer, y a menudo bendigo a los novelistas. Me han leído en voz alta un número sorprendente de novelas, y me gustan todas si son medianamente buenas y no terminan mal -contra éstas debía promulgarse una ley. Para mi gusto, una novela no es de primera categoría a menos que contenga una persona que lo conquiste a uno por completo, y si es una mujer guapa, mucho mejor.
Esta curiosa y lamentable pérdida de los más elevados gustos estéticos es de lo más extraño, pues los libros de historia, biografías, viajes (independientemente de los datos científicos que puedan contener), y los ensayos sobre todo tipo de materias me siguen interesando igual que antes. Mi mente parece haberse convertido en una máquina que elabora leyes generales a partir de enormes cantidades de datos; pero lo que no puedo concebir es por qué esto ha ocasionado únicamente la atrofia de aquellas partes del cerebro de la que dependen las aficiones más elevadas. Supongo que una persona de mente mejor organizada o constituida que la mía no habría padecido esto, y si tuviera que vivir de nuevo mi vida, me impondría la obligación de leer algo de poesía y escuchar algo de música por lo menos una vez a la semana, pues tal vez de este modo se mantendría activa por el uso la parte de mi cerebro ahora atrofiada. La pérdida de estas aficiones supone una merma de felicidad y puede ser perjudicial para el intelecto, y más probablemente para el carácter moral, pues debilita el lado emotivo de nuestra naturaleza.
Charles Darwin, 'Autobiografia'. Alianza Cien. pp. 85-87. Madrid, 1993.


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