XXX
El marqués. El conde.
Ambos títulos poseyó y usó el aristócrata francés Donatien Alphonse François de Sade, quien tuviese una educación esmerada y refinadísima en extremo. Su primera instrucción la recibió bajo la supervisión de su tío paterno, Jacques-Francois-Paul-Aldonse, abad de Saint-Leger d'Ebreuilel, quien le designa como tutor a otro abad, Jacques Francois Amblet. Posteriormente ingresó en un liceo al cuidado de los jesuitas. A los 13 años ingresa en la academia militar, participando activamente después en la Guerra de los Siete Años, donde alcanzó el grado de Coronel del Regimiento de Dragones.
A partir de este momento sus andanzas son prácticamente imposibles de seguir. El libertinaje que acusó su comportamiento, escándalos sexuales, sus libros que fluctúan entre la pornografía más descarnada y una moral y filosofía bien definidas, originaron que finalmente su nombre fuese reemplazado por su apellido –reconocimiento que sólo alcanzan pocos entre pocos-. Actualmente, el Conde ha sido desplazado por el Marqués.
El Divino Marqués.
Los alcances de la tutoría de Amblet son insospechados. Le acompañó durante años y fue quien leyó algunas de las primeras novelas escritas por Sade, dándole a éste de manera continua consejos literarios, y manteniéndose a su lado mientras el Marqués cumplía varias condenas de encarcelamiento, mudando de residencia según le exigían los dictámenes judiciales. Y si sus obras mantienen el mismo nivel de fascinación que ejercieron sobre sus contemporáneos –y siguen causando la misma aversión entre los puritanos- es por la profunda disección que logró hacer de los más oscuros y mórbidos pensamientos y deseos de hombres y mujeres.
Sade comparte el pedestal con Byron, Casanova y Rimbaud –hay quienes agregan a John Wilmont e incluso a Jim Morrison- en la categoría de ‘libertinos’ famosos. El término ‘libertino’ tiene un origen que se pretende yace en la respuesta a algunas acciones políticas de Calvino, cuando Ami Perrin se opuso rotundamente a la idea de que el concejo se estableciera en Ginebra, estando aún fresca en la memoria de los ginebrinos la masacre francesa: el nombre de sus simpatizantes les fue dado por Calvino y fue ‘libertinos’.
Posteriormente el término adoptó el carácter moral y filosófico que ha mantenido hasta nuestros días, para identificar a quien ‘ignora las restricciones morales y cualquier norma de comportamiento que se pretenda imponer por la sociedad’.
Y aunque en el siglo XVII se especuló sobre la existencia de un grupo llamado ‘La orden secreta de los libertinos’, la existencia de dicha orden jamás pudo ser comprobada, aunque se haya pretendido que estuvieron afiliados a ese grupo –según la leyenda- el mismo Sade, Casanova y Byron.
Filosofía, pornografía, y moral.
La carga subversiva de los libros escritos por Sade es evidente, en las descripciones de orgías y juegos sexuales no se amedrenta ante la descripción más pequeña y detallada de las prácticas diversas que consigna. Su narración, gráfica y minuciosa, resultó idónea para que algunos grabadores contemporáneos reconstruyeran algunas escenas escritas en papel brindándoles un escenario siquiera de tinta y papel: la aparición de viñetas y ediciones ‘ilustradas’ es muy temprana, y frecuentemente resultan exactas y fieles al texto.
Y aunque a primera vista pareciera que ‘leer un libro de Sade es leer todos los libros de Sade’, las variaciones y paráfrasis que elabora sobre los mismos temas no ocultan el lado crítico, la sátira y la demolición mordaz de aquello que la sociedad considera ‘un buen comportamiento’. Las lecturas que pueden realizarse sobre sus novelas son varias: buscando al nihilista se verá que efectivamente, la sensación de una seguridad basada en la perennidad de la carne y la muerte de la conciencia paralela a la muerte física del cuerpo es el alimento que nutre y desencadena los comportamientos más desesperados de sus personajes; el moralista dictaminará que todo hombre y mujer, apenas liberados del yugo de la moral y las buenas costumbres puede tornarse inmisericorde en su búsqueda del placer y la satisfacción personal, olvidándose fácilmente de los derechos, cualidades y sentimientos ajenos.
No obstante, una lectura más profunda y detenida de sus libros mostrará una filosofía muy peculiar que, sin ceder del todo al epicureísmo ni al pesimismo, tampoco llega del todo a fraguar en un materialismo. Sus disquisiciones en torno a las causas y los efectos de la virtud como una actualización de la pérdida de la gracia original ocupan páginas y páginas.
La figura de la doncella, candorosa y virginal, presta a participar de la vida en sociedad según dicta la costumbre y que resulta finalmente la aprendiz, el discípulo idóneo para las prácticas más abyectas, es una idealización de lo que la ‘filosofía perenne’ obra en quienes intentan acercarse a ella. Las ‘verdades trascendentales’ como la existencia de una Conciencia superior, la supervivencia del espíritu a la muerte física o la existencia de cualquier tipo de misterio sacro es puesta en duda aduciendo en sus argumentaciones la innegable prueba de la infelicidad de sus contemporáneos. El estudio de cualquier tipo de filosofía con miras a alcanzar el conocimiento de las verdades más altas termina siendo una irremediable pérdida de tiempo, no alcanza felicidad alguna y esclaviza más que libera. En ‘La filosofía en el tocador’ Sade argumenta:
‘Esperemos que se abran los ojos, y que, al asegurar la libertad de todos los individuos, no se olvide la suerte de las desgraciadas muchachas; pero, si son tan dignas de lástima que resultan olvidadas, deben colocarse ellas mismas por encima de la costumbre y del prejuicio y pisotear audazmente los hierros vergonzosos con que pretenden esclavizarlas; triunfarán entonces al punto de la costumbre y de la opinión; el hombre, vuelto más sabio porque será más libre, sentirá la injusticia que cometía por despreciar a las que así actuaron, y que el hecho de ceder a los impulsos de la naturaleza, mirado como un crimen en un pueblo cautivo, no puede serlo en un pueblo libre’.
La ruptura con los estatutos de la sociedad, sus costumbres y su moral, traerá la libertad a las doncellas y la sabiduría al hombre que pueda leer correctamente el comportamiento emancipado de tales mujeres, por tanto la sabiduría no reside en el estudio y la reflexión, sino en el encuentro inmediato y libre de prejuicios con quienes también han optado por liberarse.
Literatura y psicología.
Admírese o no, la calidad literaria de los textos del Marqués es evidente. Sus argumentaciones –independientemente de lo ‘correctas’ o falseadas que puedan ser y parecer- son brillantes y están armadas según las más estrictas normas de la deducción lógica aristotélico-tomista. Silogismo por silogismo, corolario por corolario, sus novelas entremezclan un discurso convincente y sólido que es difícilmente digerible por quien no está al tanto de la formación académica de Sade.
Sus novelas ejercen una atracción enorme en guionistas de cine, y aunque un sinfín de filmes pornográficos ha recreado escena por escena algunos capítulos de sus libros, también pueden encontrarse películas de corte más formal, que abordan desde diferentes puntos de vista la enigmática existencia y la obra de este escritor.
Otro campo donde abundan los escritos sobre su persona y su obra es la Psicología. El mote de ‘Divino marqués’ es de factura reciente, fue formulado por vez primera en la década de los sesenta cuando aparecieron los primeros estudios psicológicos que toparon con un obstáculo a primera vista insalvable: la justificación de la pornografía como una obra de arte, y del discurso erótico y lascivo como una argumentación moral y filosófica.
Si bien sus escritos circularon con cierta popularidad durante el siglo XIX, también es cierto que su mera lectura resultaba por sí misma un acto moralmente ‘detestable’: la sombra de su apellido causó dolores de cabeza a más de un descendiente de su familia. Uno de los últimos descendientes que enfrentó el dilema de usar o no el título de ‘Marqués’ acompañado de su apellido, ‘Sade’ -cediendo finalmente a la tentación de llevarlos a cuestas- fue el Conde Xavier de Sade, quien abrió una vinatería a finales de la década de los ochenta, negocio dedicado sobre todo a ‘honrar la memoria del Marqués’.
La opinión femenina sobre la obra de Sade también es contradictoria. Por un lado sobresalen escritoras como Ángela Carter quien en su libro 'La mujer sadista: una ideología de la pornografía' propone una lectura feminista de Sade calificándolo de 'pornógrafo moralista', y considerándolo como alguien que buscó crear y abrir espacios para las mujeres. También Susan Sontag lo defendió de la censura en su libro 'La imaginación pornográfica' argumentando que sus textos son sobre todo, textos de transgresión más que de agresión gratuita. En el extremo opuesto encontramos a Andrea Dworkin quien ve en Sade un 'pornógrafó misógino ejemplar', aduciendo que su pornografía inevitablemente conduce a la violencia contra las mujeres, y dedica en su libro 'Pornografía: hombres poseyendo mujeres' un capítulo completo al análisis de Sade.
Virtud, vicio y elección.
Quizá la mayor tragedia que Sade quiso perfilar en sus novelas es la responsabilidad insalvable de cualquier acción del hombre que afecte a su prójimo. La solución que propone en su ‘Justine, o los infortunios de la virtud’ resulta estremecedoramente actual:
‘No es la opción que el hombre hace de la virtud lo que le permite encontrar la felicidad, querida muchacha, pues la virtud sólo es, al igual que el vicio, una de las maneras de comportarse en el mundo; así pues, no se trata de seguir la una más que la otra; se trata de caminar siempre por el camino principal; el que se aparta de él siempre se equivoca. En un mundo enteramente virtuoso, yo te aconsejaría la virtud, porque al estar las recompensas vinculadas a ella, allí reside infaliblemente la felicidad; en un mundo totalmente corrompido, siempre te aconsejaré el vicio’.
Doscientos años después poco puede agregarse a su visión exacta y clínica de la conciencia humana. Página por página, Sade aceptó su condición mortal, liberándose finalmente de la muerte por medio de sus libros.
Xxx Lll - 28 Mayo 2009 - Xxx
El marqués. El conde.
Ambos títulos poseyó y usó el aristócrata francés Donatien Alphonse François de Sade, quien tuviese una educación esmerada y refinadísima en extremo. Su primera instrucción la recibió bajo la supervisión de su tío paterno, Jacques-Francois-Paul-Aldonse, abad de Saint-Leger d'Ebreuilel, quien le designa como tutor a otro abad, Jacques Francois Amblet. Posteriormente ingresó en un liceo al cuidado de los jesuitas. A los 13 años ingresa en la academia militar, participando activamente después en la Guerra de los Siete Años, donde alcanzó el grado de Coronel del Regimiento de Dragones.
A partir de este momento sus andanzas son prácticamente imposibles de seguir. El libertinaje que acusó su comportamiento, escándalos sexuales, sus libros que fluctúan entre la pornografía más descarnada y una moral y filosofía bien definidas, originaron que finalmente su nombre fuese reemplazado por su apellido –reconocimiento que sólo alcanzan pocos entre pocos-. Actualmente, el Conde ha sido desplazado por el Marqués.
El Divino Marqués.
Los alcances de la tutoría de Amblet son insospechados. Le acompañó durante años y fue quien leyó algunas de las primeras novelas escritas por Sade, dándole a éste de manera continua consejos literarios, y manteniéndose a su lado mientras el Marqués cumplía varias condenas de encarcelamiento, mudando de residencia según le exigían los dictámenes judiciales. Y si sus obras mantienen el mismo nivel de fascinación que ejercieron sobre sus contemporáneos –y siguen causando la misma aversión entre los puritanos- es por la profunda disección que logró hacer de los más oscuros y mórbidos pensamientos y deseos de hombres y mujeres.
Sade comparte el pedestal con Byron, Casanova y Rimbaud –hay quienes agregan a John Wilmont e incluso a Jim Morrison- en la categoría de ‘libertinos’ famosos. El término ‘libertino’ tiene un origen que se pretende yace en la respuesta a algunas acciones políticas de Calvino, cuando Ami Perrin se opuso rotundamente a la idea de que el concejo se estableciera en Ginebra, estando aún fresca en la memoria de los ginebrinos la masacre francesa: el nombre de sus simpatizantes les fue dado por Calvino y fue ‘libertinos’.
Posteriormente el término adoptó el carácter moral y filosófico que ha mantenido hasta nuestros días, para identificar a quien ‘ignora las restricciones morales y cualquier norma de comportamiento que se pretenda imponer por la sociedad’.
Y aunque en el siglo XVII se especuló sobre la existencia de un grupo llamado ‘La orden secreta de los libertinos’, la existencia de dicha orden jamás pudo ser comprobada, aunque se haya pretendido que estuvieron afiliados a ese grupo –según la leyenda- el mismo Sade, Casanova y Byron.
Filosofía, pornografía, y moral.
La carga subversiva de los libros escritos por Sade es evidente, en las descripciones de orgías y juegos sexuales no se amedrenta ante la descripción más pequeña y detallada de las prácticas diversas que consigna. Su narración, gráfica y minuciosa, resultó idónea para que algunos grabadores contemporáneos reconstruyeran algunas escenas escritas en papel brindándoles un escenario siquiera de tinta y papel: la aparición de viñetas y ediciones ‘ilustradas’ es muy temprana, y frecuentemente resultan exactas y fieles al texto.
Y aunque a primera vista pareciera que ‘leer un libro de Sade es leer todos los libros de Sade’, las variaciones y paráfrasis que elabora sobre los mismos temas no ocultan el lado crítico, la sátira y la demolición mordaz de aquello que la sociedad considera ‘un buen comportamiento’. Las lecturas que pueden realizarse sobre sus novelas son varias: buscando al nihilista se verá que efectivamente, la sensación de una seguridad basada en la perennidad de la carne y la muerte de la conciencia paralela a la muerte física del cuerpo es el alimento que nutre y desencadena los comportamientos más desesperados de sus personajes; el moralista dictaminará que todo hombre y mujer, apenas liberados del yugo de la moral y las buenas costumbres puede tornarse inmisericorde en su búsqueda del placer y la satisfacción personal, olvidándose fácilmente de los derechos, cualidades y sentimientos ajenos.
No obstante, una lectura más profunda y detenida de sus libros mostrará una filosofía muy peculiar que, sin ceder del todo al epicureísmo ni al pesimismo, tampoco llega del todo a fraguar en un materialismo. Sus disquisiciones en torno a las causas y los efectos de la virtud como una actualización de la pérdida de la gracia original ocupan páginas y páginas.
La figura de la doncella, candorosa y virginal, presta a participar de la vida en sociedad según dicta la costumbre y que resulta finalmente la aprendiz, el discípulo idóneo para las prácticas más abyectas, es una idealización de lo que la ‘filosofía perenne’ obra en quienes intentan acercarse a ella. Las ‘verdades trascendentales’ como la existencia de una Conciencia superior, la supervivencia del espíritu a la muerte física o la existencia de cualquier tipo de misterio sacro es puesta en duda aduciendo en sus argumentaciones la innegable prueba de la infelicidad de sus contemporáneos. El estudio de cualquier tipo de filosofía con miras a alcanzar el conocimiento de las verdades más altas termina siendo una irremediable pérdida de tiempo, no alcanza felicidad alguna y esclaviza más que libera. En ‘La filosofía en el tocador’ Sade argumenta:
‘Esperemos que se abran los ojos, y que, al asegurar la libertad de todos los individuos, no se olvide la suerte de las desgraciadas muchachas; pero, si son tan dignas de lástima que resultan olvidadas, deben colocarse ellas mismas por encima de la costumbre y del prejuicio y pisotear audazmente los hierros vergonzosos con que pretenden esclavizarlas; triunfarán entonces al punto de la costumbre y de la opinión; el hombre, vuelto más sabio porque será más libre, sentirá la injusticia que cometía por despreciar a las que así actuaron, y que el hecho de ceder a los impulsos de la naturaleza, mirado como un crimen en un pueblo cautivo, no puede serlo en un pueblo libre’.
La ruptura con los estatutos de la sociedad, sus costumbres y su moral, traerá la libertad a las doncellas y la sabiduría al hombre que pueda leer correctamente el comportamiento emancipado de tales mujeres, por tanto la sabiduría no reside en el estudio y la reflexión, sino en el encuentro inmediato y libre de prejuicios con quienes también han optado por liberarse.
Literatura y psicología.
Admírese o no, la calidad literaria de los textos del Marqués es evidente. Sus argumentaciones –independientemente de lo ‘correctas’ o falseadas que puedan ser y parecer- son brillantes y están armadas según las más estrictas normas de la deducción lógica aristotélico-tomista. Silogismo por silogismo, corolario por corolario, sus novelas entremezclan un discurso convincente y sólido que es difícilmente digerible por quien no está al tanto de la formación académica de Sade.
Sus novelas ejercen una atracción enorme en guionistas de cine, y aunque un sinfín de filmes pornográficos ha recreado escena por escena algunos capítulos de sus libros, también pueden encontrarse películas de corte más formal, que abordan desde diferentes puntos de vista la enigmática existencia y la obra de este escritor.
Otro campo donde abundan los escritos sobre su persona y su obra es la Psicología. El mote de ‘Divino marqués’ es de factura reciente, fue formulado por vez primera en la década de los sesenta cuando aparecieron los primeros estudios psicológicos que toparon con un obstáculo a primera vista insalvable: la justificación de la pornografía como una obra de arte, y del discurso erótico y lascivo como una argumentación moral y filosófica.
Si bien sus escritos circularon con cierta popularidad durante el siglo XIX, también es cierto que su mera lectura resultaba por sí misma un acto moralmente ‘detestable’: la sombra de su apellido causó dolores de cabeza a más de un descendiente de su familia. Uno de los últimos descendientes que enfrentó el dilema de usar o no el título de ‘Marqués’ acompañado de su apellido, ‘Sade’ -cediendo finalmente a la tentación de llevarlos a cuestas- fue el Conde Xavier de Sade, quien abrió una vinatería a finales de la década de los ochenta, negocio dedicado sobre todo a ‘honrar la memoria del Marqués’.
La opinión femenina sobre la obra de Sade también es contradictoria. Por un lado sobresalen escritoras como Ángela Carter quien en su libro 'La mujer sadista: una ideología de la pornografía' propone una lectura feminista de Sade calificándolo de 'pornógrafo moralista', y considerándolo como alguien que buscó crear y abrir espacios para las mujeres. También Susan Sontag lo defendió de la censura en su libro 'La imaginación pornográfica' argumentando que sus textos son sobre todo, textos de transgresión más que de agresión gratuita. En el extremo opuesto encontramos a Andrea Dworkin quien ve en Sade un 'pornógrafó misógino ejemplar', aduciendo que su pornografía inevitablemente conduce a la violencia contra las mujeres, y dedica en su libro 'Pornografía: hombres poseyendo mujeres' un capítulo completo al análisis de Sade.
Virtud, vicio y elección.
Quizá la mayor tragedia que Sade quiso perfilar en sus novelas es la responsabilidad insalvable de cualquier acción del hombre que afecte a su prójimo. La solución que propone en su ‘Justine, o los infortunios de la virtud’ resulta estremecedoramente actual:
‘No es la opción que el hombre hace de la virtud lo que le permite encontrar la felicidad, querida muchacha, pues la virtud sólo es, al igual que el vicio, una de las maneras de comportarse en el mundo; así pues, no se trata de seguir la una más que la otra; se trata de caminar siempre por el camino principal; el que se aparta de él siempre se equivoca. En un mundo enteramente virtuoso, yo te aconsejaría la virtud, porque al estar las recompensas vinculadas a ella, allí reside infaliblemente la felicidad; en un mundo totalmente corrompido, siempre te aconsejaré el vicio’.
Doscientos años después poco puede agregarse a su visión exacta y clínica de la conciencia humana. Página por página, Sade aceptó su condición mortal, liberándose finalmente de la muerte por medio de sus libros.
Xxx Lll - 28 Mayo 2009 - Xxx
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