Dos Utopías del Nuevo Mundo
Referencias:


X LLL - 08 ENERO 2009 - Dos Utopías del Nuevo Mundo
Derechos reservados.
Los derechos sobre la cabecera, tipografías, diseño, colores, perfiles de color, gráficos y fotografía de los artículos ya impresos pertenecen única y exclusivamente a El Diario NTR Zacatecas.
Todos los derechos sobre el texto quedan reservados a su autor.
‘No hay tal lugar’, es la traducción que hiciera Francisco de Quevedo del término Utopía, acuñado a principios del siglo XVI por Thomas More -conocido más ampliamente como Santo Tomás Moro-. La partícula negativa griega ‘ou’ hace que la traducción literal del vocablo sea más cercana a ‘sin lugar’, ‘atópico’ o ‘ningún lugar’, aunque se ha reconocido el carácter lúdico del término sugiriendo que ‘u’ también es un apócope de ‘eu’. ‘Eutopía’ significaría entonces ‘lugar bueno’, o ‘hermoso’ o ‘bello’.
Humanista y político inglés, Moro utilizó el molde griego clásico de Platón y su diálogo ‘Critias o de la Atlántida’, donde el filósofo describe minuciosamente un reino cuyas costumbres y estructuras ideales desaparecieron súbitamente en la tiniebla de la historia. De este relato mantuvo la tónica, y en su ‘De optimo statu reipublicae deque noua insula Utopia’ [‘Del óptimo estado de la república y nueva isla Utopía’, 1516] añadió constituciones políticas, una moral bien definida –que no excluía, por ejemplo, la contratación de mercenarios de otros pueblos cuando se trataba de pelear en alguna guerra- y donde hasta el trazado de calles y la ubicación de campos de cultivo se regían bajo un orden lógicamente establecido. Su descripción y explicación detallada de ese lugar y sociedad ideales resultaron tan llamativos y convincentes que apenas quince años más tarde Vasco de Quiroga estaría llevando a la práctica el primer intento de hacer realidad la existencia de una sociedad y lugar ideales, quasi perfectos, después de estudiar a fondo, y anotando minuciosamente cada página de su ejemplar de la obra de Moro.
‘Hospitales-pueblos’ se les llamó, y para comenzar desde los cimientos estaba convencido que los nativos indígenas de las nuevas tierras serían los indicados para realizar las ideas de Moro y Platón. Fundó el primero de ellos en 1531 bautizándolo con el sugerente nombre de ‘Santa Fé’, y apenas dos años después, en 1533 pondría los cimientos en la región de Michoacán, del hospital-pueblo de Atamataho. Para levantarlos no dudó ni un momento en ‘invertir’ su propio salario, y cuando fue ordenado Obispo de Michoacán en 1537 se dio con más ahínco a la manutención de estos hospitales-pueblos.
El aspecto teórico de su proyecto nos ha sido legado en la forma de las ‘Ordenanzas’ cuyo nombre completo es: ‘Reglas y ordenanzas para el gobierno de los hospitales de Santa Fe de México, y Michoacán, dispuestas por su fundador el Rmo. y Venerable Sr. D. Vasco de Quiroga primer Obispo de Michoacán’.
Los encabezados de algunas secciones de las Ordenanzas no dejan lugar a dudas del carácter práctico de su visión utópica: ‘La Agricultura, Oficio común, de que todos han de saber, y ser ejercitados en él desde la niñés’, ‘Que se ofrescan al trabajo con gran voluntad, pues será poco, y moderado, y no se escondan, ni lo rehusen perezosa, ni feamente, ni sin licencia legitima como algunos malos, y perezosos lo suelen hazer con gran infamia suya’, ‘Particular distribución de lo adquirido con las seis horas en común, según que cada uno haya menester para sí, y para su familia’. Respecto a la niñez instituye ‘La manera para ejercitar los niños en el oficio de la agricultura, que ha de ser común á todos desde su niñéz, y para que aprendan á no estar ociosos’ y ‘Que las niñas aprendan los oficios mugeriles dados á ellas’.
Aunque Quiroga concebía la implantación del modelo de estos hospitales-pueblo en el resto de las colonias españolas, siempre estuvo conciente de que para llevar esto a cabo debía partirse de cada uno de ellos, como una célula viva integrante de un organismo mucho mayor. Resulta sorprendente que a su muerte [1565] pudieran aún subsistir esos primeros hospitales-pueblos por él fundados, y que sus ordenanzas aún siguieran vigentes, hasta entrado incluso el siglo XVII, ganándole en la memoria indígena un lugar familiar y cercano: ‘Tata Vasco’ se le nombró desde entonces.
Cuarenta años después un intento semejante, aunque con más pervivencia, se llevó a cabo esta vez en las misiones guaraníes y de la mano de los jesuitas.
Conocidas como ‘reducciones’, las misiones jesuitas guaraníes [1606-1767] lograron organizar una población que para 1744 –según el censo realizado por la Compañía de Jesús antes de su expulsión en 1767- incluía 84,000 indígenas repartidos entre las distintas reducciones dirigidas por ellos.
Al cobijo de la Corona Española, su régimen fue el ‘patronazgo real’: el rey designaba un gobernador que tenía la autoridad de otorgar beneficios eclesiásticos, y también de designar sacerdotes, elegidos de una terna presentada por el obispo en turno. Se entiende que los administradores y el gobierno de cada reducción estuviera en manos de estos sacerdotes, quienes además del cuidado y la guía espiritual de los pobladores tenían una participación activa en la economía, cultura, incluso en aspectos eminentemente militares relacionados con las misiones: a cada misión se le asignaban generalmente dos sacerdotes, el primero de ellos encargado de los asuntos espirituales de la población, y el segundo –nombrado comúnmente ‘compañero’- era quien se encargaba de lidiar con las cuestiones temporales y administrativas del poblado.
La arquitectura de todos estos pueblos tenía como centro y corazón el templo, construcciones monumentales erigidas frente a la plaza principal, donde desembocaban todas las calles de la misión. Las reducciones se esparcieron por una enorme franja territorial que abarcó parte de los actuales Paraguay, Argentina y Brasil, y perduraron lo suficiente para ofrecer un claro ejemplo de la viabilidad de instaurar una organización utópica –si bien con un trasfondo fuertemente cristiano- que llevara al ennoblecimiento y cultivo de las virtudes de los pueblos recién conquistados.
La Utopía cumplirá -dentro de ocho años- cinco siglos de haber sido escrita, y aún sigue nutriendo con sus ideas y la añoranza de un paraíso terrestre, las más disímiles propuestas ideológicas y literarias. Tomás Moro supo refinar en las páginas de su libro los anhelos más universales y comunes al género humano: la búsqueda de un sentido de la vida impregnado de justicia, de razón, de entendimiento, y sobre todo, de esperanza.
Humanista y político inglés, Moro utilizó el molde griego clásico de Platón y su diálogo ‘Critias o de la Atlántida’, donde el filósofo describe minuciosamente un reino cuyas costumbres y estructuras ideales desaparecieron súbitamente en la tiniebla de la historia. De este relato mantuvo la tónica, y en su ‘De optimo statu reipublicae deque noua insula Utopia’ [‘Del óptimo estado de la república y nueva isla Utopía’, 1516] añadió constituciones políticas, una moral bien definida –que no excluía, por ejemplo, la contratación de mercenarios de otros pueblos cuando se trataba de pelear en alguna guerra- y donde hasta el trazado de calles y la ubicación de campos de cultivo se regían bajo un orden lógicamente establecido. Su descripción y explicación detallada de ese lugar y sociedad ideales resultaron tan llamativos y convincentes que apenas quince años más tarde Vasco de Quiroga estaría llevando a la práctica el primer intento de hacer realidad la existencia de una sociedad y lugar ideales, quasi perfectos, después de estudiar a fondo, y anotando minuciosamente cada página de su ejemplar de la obra de Moro.
‘Hospitales-pueblos’ se les llamó, y para comenzar desde los cimientos estaba convencido que los nativos indígenas de las nuevas tierras serían los indicados para realizar las ideas de Moro y Platón. Fundó el primero de ellos en 1531 bautizándolo con el sugerente nombre de ‘Santa Fé’, y apenas dos años después, en 1533 pondría los cimientos en la región de Michoacán, del hospital-pueblo de Atamataho. Para levantarlos no dudó ni un momento en ‘invertir’ su propio salario, y cuando fue ordenado Obispo de Michoacán en 1537 se dio con más ahínco a la manutención de estos hospitales-pueblos.
El aspecto teórico de su proyecto nos ha sido legado en la forma de las ‘Ordenanzas’ cuyo nombre completo es: ‘Reglas y ordenanzas para el gobierno de los hospitales de Santa Fe de México, y Michoacán, dispuestas por su fundador el Rmo. y Venerable Sr. D. Vasco de Quiroga primer Obispo de Michoacán’.
Los encabezados de algunas secciones de las Ordenanzas no dejan lugar a dudas del carácter práctico de su visión utópica: ‘La Agricultura, Oficio común, de que todos han de saber, y ser ejercitados en él desde la niñés’, ‘Que se ofrescan al trabajo con gran voluntad, pues será poco, y moderado, y no se escondan, ni lo rehusen perezosa, ni feamente, ni sin licencia legitima como algunos malos, y perezosos lo suelen hazer con gran infamia suya’, ‘Particular distribución de lo adquirido con las seis horas en común, según que cada uno haya menester para sí, y para su familia’. Respecto a la niñez instituye ‘La manera para ejercitar los niños en el oficio de la agricultura, que ha de ser común á todos desde su niñéz, y para que aprendan á no estar ociosos’ y ‘Que las niñas aprendan los oficios mugeriles dados á ellas’.
Aunque Quiroga concebía la implantación del modelo de estos hospitales-pueblo en el resto de las colonias españolas, siempre estuvo conciente de que para llevar esto a cabo debía partirse de cada uno de ellos, como una célula viva integrante de un organismo mucho mayor. Resulta sorprendente que a su muerte [1565] pudieran aún subsistir esos primeros hospitales-pueblos por él fundados, y que sus ordenanzas aún siguieran vigentes, hasta entrado incluso el siglo XVII, ganándole en la memoria indígena un lugar familiar y cercano: ‘Tata Vasco’ se le nombró desde entonces.
Cuarenta años después un intento semejante, aunque con más pervivencia, se llevó a cabo esta vez en las misiones guaraníes y de la mano de los jesuitas.
Conocidas como ‘reducciones’, las misiones jesuitas guaraníes [1606-1767] lograron organizar una población que para 1744 –según el censo realizado por la Compañía de Jesús antes de su expulsión en 1767- incluía 84,000 indígenas repartidos entre las distintas reducciones dirigidas por ellos.
Al cobijo de la Corona Española, su régimen fue el ‘patronazgo real’: el rey designaba un gobernador que tenía la autoridad de otorgar beneficios eclesiásticos, y también de designar sacerdotes, elegidos de una terna presentada por el obispo en turno. Se entiende que los administradores y el gobierno de cada reducción estuviera en manos de estos sacerdotes, quienes además del cuidado y la guía espiritual de los pobladores tenían una participación activa en la economía, cultura, incluso en aspectos eminentemente militares relacionados con las misiones: a cada misión se le asignaban generalmente dos sacerdotes, el primero de ellos encargado de los asuntos espirituales de la población, y el segundo –nombrado comúnmente ‘compañero’- era quien se encargaba de lidiar con las cuestiones temporales y administrativas del poblado.
La arquitectura de todos estos pueblos tenía como centro y corazón el templo, construcciones monumentales erigidas frente a la plaza principal, donde desembocaban todas las calles de la misión. Las reducciones se esparcieron por una enorme franja territorial que abarcó parte de los actuales Paraguay, Argentina y Brasil, y perduraron lo suficiente para ofrecer un claro ejemplo de la viabilidad de instaurar una organización utópica –si bien con un trasfondo fuertemente cristiano- que llevara al ennoblecimiento y cultivo de las virtudes de los pueblos recién conquistados.
La Utopía cumplirá -dentro de ocho años- cinco siglos de haber sido escrita, y aún sigue nutriendo con sus ideas y la añoranza de un paraíso terrestre, las más disímiles propuestas ideológicas y literarias. Tomás Moro supo refinar en las páginas de su libro los anhelos más universales y comunes al género humano: la búsqueda de un sentido de la vida impregnado de justicia, de razón, de entendimiento, y sobre todo, de esperanza.
Referencias:
- Daniel Gomez Escoto, ‘La Utopía de Vasco de Quiroga’ en:
http://serbal.pntic.mec.es/~cmunoz11/utopia1.html
- Olga Martínez Valebona, ‘Expulsión y exilio de los jesuitas de los dominios de Carlos III’ en:
http://www.cervantesvirtual.com/bib_tematica/jesuitas/misiones/aproximacion.shtml
- Tomás Moro, ‘Utopía’, versión electrónica en castellano disponible en:
http://www.ucm.es/info/bas/utopia/html/moro.htm


X LLL - 08 ENERO 2009 - Dos Utopías del Nuevo Mundo
Derechos reservados.
Los derechos sobre la cabecera, tipografías, diseño, colores, perfiles de color, gráficos y fotografía de los artículos ya impresos pertenecen única y exclusivamente a El Diario NTR Zacatecas.
Todos los derechos sobre el texto quedan reservados a su autor.
Comentarios