Ir al contenido principal

23 octubre 2008

Bibliotecas virtuales

Si el advenimiento del Internet ha cambiado nuestros hábitos de lectura, hay otros aspectos de nuestra vida diaria que también están siendo modificados poco a poco y de una forma tan gradual, que dichos cambios sólo pueden apreciarse en retrospectiva, mirando hacia el pasado.
Quienes tenemos más de treinta años estamos aún acostumbrados a utilizar una biblioteca, encuéntrese en casa o en un recinto proporcionado por el estado para tales fines. Y es precisamente la idea misma de lo que es una biblioteca la que en los últimos años ha conocido un cambio radical en su estructura misma, para dejar de ser solamente un conjunto ordenado de libros, convirtiéndose en un depósito [repository] de documentos en formatos electrónicos.
Lo que tienen en común la biblioteca pública del estado, una biblioteca virtual y la desaparecida biblioteca de Alejandría, es precisamente que los volúmenes resguardados en ellas tienen valor sobre todo por la información contenida en ellos. Al pensar en términos de información puede verse que un libro de papel es mucho más delicado y requiere más cuidado que un libro electrónico o e-book, que puede guardarse en una memoria portátil, en el buzón de una cuenta de correo, o en un disco duro en algún servidor que ofrezca el servicio de almacenamiento de datos. La necesidad de tener la información siempre a la mano ocasiona que se busque tener un duplicado de los libros considerados útiles, valiosos o importantes en otros formatos o medios que no sean el papel. Al tratarse de información -aquello que está escrito en el libro y que se busca resguardar-, advertimos que existen varias formas de obtener un duplicado del contenido.
El más rudimentario –y también común, en el inicio de la era del Internet- consistía en la transcripción del volumen deseado. Una persona o un grupo de personas se encargaban de reescribir un libro completo y guardarlo en forma de documento de texto que podía leerse posteriormente con algún procesador de textos sin importar lo rudimentario o avanzado que este último fuera. La transcripción de un libro funcionaba perfectamente bien mientras se tratara de texto, un problema surgía cuando había imágenes de por medio: ¿cómo insertar un mapa, un grabado o una fotografía en el documento que se estaba transcribiendo? Con el avance de los procesadores de texto fue posible posteriormente agregar imágenes, aumentando la claridad y la utilidad de ese libro electrónico.
Algo diferente sucede con los libros considerados valiosos o raros, que son difíciles de encontrar y consultar, sea por lo limitado de sus tiradas, o por el tiempo que ha pasado desde que fueron impresos. En tales casos aunque el contenido sigue considerándose como importante, el valor estético y económico del libro desplaza el valor de la información impresa en el. Con este tipo de libros lo común es fotografiar cada una de las páginas con la finalidad de tener una idea exacta de cómo lucen los textos y grabados en las ediciones originales. Dichas fotografías se han venido realizando con técnicas variadas: cámaras fotográficas digitales, escáneres de barrido, escáneres fijos, y también en este ámbito se advierte un avance considerable. Es posible guardar las fotografías tomadas a color de un libro, o quitar la información de color para guardarlo en blanco y negro -óptimo esto último para permitir que un libro digital sea impreso con medios convencionales, en cuyo caso el resultado final será casi el de una edición facsimilar-cambiar el tamaño de las imágenes, incluso es posible ‘extraer’ el texto de una imagen para editarlo y darle la presentación que deseemos.
Las bibliotecas virtuales generalmente cuentan con distintas estaciones de trabajo, cada una con un número determinado de operadores encargados de ‘digitalizar’ los libros con que se cuenta en la estantería de la institución. Así, tenemos que existen proyectos ambiciosos de digitalización llevados a cabo por universidades, municipios, asociaciones civiles, institutos culturales, incluso instituciones bancarias: uno de los más grandes estuvo bajo la dirección de Internet Archive, quien en colaboración con Microsoft llegó a digitalizar 10,000 libros diarios, en las 13 estaciones de escaneo con que contaba a mediados de este año.
Gracias a las conexiones de de Internet actuales la transferencia de grandes volúmenes de datos se realiza sin mayores problemas, permitiendo que una versión electrónica y a todo color de la Biblia de Gutenberg se descargue desde alguna biblioteca virtual para posteriormente leerla desde nuestro disco duro, o imprimirla en el papel de nuestra elección.
Entre las bibliotecas virtuales más importantes tanto por la calidad y contenidos de los volúmenes como por el número de títulos digitalizados día a día se encuentran: Internet Archive, la Biblioteca Virtual Cervantes, Googlebooks y el proyecto ‘Gallica 2’ de la Biblioteca Nacional de Francia.
Una infinidad de libros, títulos, materias y temas están al alcance de nuestra computadora y no es necesario comprar un boleto de avión a Europa para consultar la primera edición de El Conde de Montecristo o El Ingenioso Hidalgo don Quijote de la Mancha, basta con tener una conexión a Internet y el deseo y la curiosidad para ver lo que los últimos avances tecnológicos tienen para nosotros.

Referencias:




I LLL - 23 OCTUBRE 2008 - Bibliotecas Virtuales
Derechos reservados.

Los derechos sobre la cabecera, tipografías, diseño, colores, perfiles de color, gráficos y fotografía de los artículos ya impresos pertenecen única y exclusivamente a El Diario NTR Zacatecas.
Todos los derechos sobre el texto quedan reservados a su autor.

Comentarios

Entradas populares de este blog

10 septiembre 2009

Latinoamérica: entre el humo y el licor Rafael Humberto Moreno-Durán escribió en 1994 un artículo extenso donde reseñó cierto encuentro internacional de escritores y en el cual resaltaron, hieráticos e inaccesibles, Juan Carlos Onetti y Juan Rulfo. Le puso por nombre ‘Lo que puede decirse en un ágape de esfinges’. La memoria de Moreno-Durán sobre dicho encuentro es de una viva y profunda admiración: escritores que no escriben, hierofantes profanos que beben toneles de licor, encuentro de escritores que a primera vista pareciera más un desencuentro. También nos ha quedado la reseña puntual e inmediata de otro escritor, poeta y novelista: Luis Antonio de Villena. Escribió un artículo que retrata igualmente ese episodio, resaltando curiosamente a Rulfo sin dejar de mencionar, claro está, a Onetti. En su caso, el artículo escrito llevó por título ‘Juan Rulfo y el mago silencio’, y apareció en el número 687 de los Cuadernos Hispanoamericanos, publicado en septiembre del 2007. Onetti y Rulf

19 febrero 2020

Una pistola en el ombligo: Entre Sor Juana, Kahlo, Félix y Violetta R. Schmidt A Ana M. Márquez, lectora insobornable de discursos imposibles. Confieso que he leído Diablo guardián es una novela profética. Se redactó con un lenguaje visionario que poco tenía que hacer en el México de finales de los noventas, y aunque utilizó técnicas magistralmente desarrolladas que la anclan en ese último suspiro del siglo veinte, la novela en sí estuvo pensada para ser leída por otra generación, con otros ojos. A pesar de ello, Diablo guardián no es una ‘novela para todo público’. El lenguaje despreocupado, valemadrista de quien sabemos en las primeras páginas, es la hija de pelo detestablemente oscuro de un par de pránganas , es un lenguaje cuyo discurso y sintaxis escapan impunemente en el momento que osamos abrir la puerta para husmear en la historia que propone Xavier Velasco. Me he ayudado de unos y ceros para leer esta novela. Desde que la vi en los estantes hace qui

Apostilla 6: Evangelia Apocrypha.

Apostilla 6: Evangelia Apocrypha. Decir algo que pueda añadir o enriquecer lo ya dicho en esta entrada sería pecar de pedantería y suficiencia. Apuntaré, no obstante, una imagen que me persigue y que influyó visualmente en el concepto que tenía cuando recién comenzaba a leer algunos de los Evangelios Apócrifos. Año con año, una caravana ambulante de vendedores de libros se instalaba en la ciudad. Al lado de los incontables y omnipresentes libros de superación personal, magia blanca y best-sellers desplegaban el contenido de algunas cajas con volúmenes del Fondo de Cultura Económica. Y en una esquina, como si quisiesen esconderlos, exhibían algunos volúmenes impresos en pasta dura, encuadernados con letras de oro, en papel delgadísimo aunque no llegaba a ser papel de china ni papel cebolla. Apócrifos del Nuevo Testamento. Nunca puse atención ni en el nombre de la editorial ni del traductor, aquellos volúmenes tenían un tufillo a herejía e incómoda subversión. Cuando más